domingo, 1 de mayo de 2011

Diálogo


Los separaba un mostrador lleno de termos y cajas de té. Esperando su café frente a la barra, intentaba tomar una decisión. Una vez que el vaso caliente estuvo entre sus manos, se dirigió con seguridad hacia el sillón frente a la ventana y preguntó si podía sentarse. "Sí, claro."

Dejó caer un par de zapatos plateados y reveló sus uñas pintadas de azul celeste, cruzó las piernas y se inclinó para dejar el café sobre la mesa; de su bolso negro sacó a Chateaubriand. A su derecha, un par de ojos azules, aquéllos que le habían concedido el permiso de sentarse, viajaban entre el jugueteo de las uñas azul celeste, los ojos castaños que huían rápidamente cuando se encontraban con los suyos y un libro rojo de economía.

El silencio se interrumpió cuando la última hoja de René fue arrancada. Una serie de garabatos a lápiz llenaron poco a poco la página amarillenta. Chateaubriand volvió a su bolso, el vaso a sus manos y los zapatos plateados a sus pies. La hoja, cuidadosamente doblada por la mitad, pasó de sus manos a las de quien, sin planearlo, sin imaginarlo, había tomado café en su compañía.

--Gracias-- dijo una voz que parecía esperar lo que estaba recibiendo.
--"René marchait en silence entre le missionnaire, qui priait Dieu, et le Sachem aveugle, qui cherchait sa route. On dit que, pressé par les deux vieillards, il retourna chez son épouse, mais sans y trouver le bonheur. Il périt peu de temps après avec Chactas et le père Souël dans le massacre des Français et des Natchez à la Louisiane. On montre encore un rocher où il allait s'asseoir au soleil couchant." Aún entre extraños, vale la pena compartir a Chateaubriand-- le respondió en letra cursiva mientras cruzaba a la otra acera.


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