
Pisar caca en los tiempos en que vivía con mis padres no era más que una gran molestia. Decir "¡veeerga!" con cara de asco y correr a casa a lavar mis clásicos Adidas casi-Samba. Pero no, hoy la situación no es la misma. Marcher dans caca se ha convertido en este momento en una razón más para llorar. ¿Por qué? ¡Porque en esta casa no hay lavadero! Tenemos fregadero (para lavar trastes), tenemos dos lavabos (donde uno se lava las manos de vez en cuando), pero... ¿lavadero? ¿Ése lugar donde uno puede fregar la ropa y, eventualmente, lavar un tenis lleno de caca? No en este cantón.
Lo he intentado todo: tallarlo frenéticamente contra el pasto; a falta de un buen cepillo como los que usaba en mi antiguo domicilio, fregarlo con una esponjita en el lavabo (supongo que es preferible tener caca en un mueble de baño que en uno de cocina), aun limpiar cada recoveco con papel de baño... nada ha funcionado. Finalmente, he decidido dejarlo afuera, esperar a que se seque y... pues... averiguar si seca ya no es tan apestosa.
Ahora se me ocurre que tal vez debería emprender la heroica búsqueda de un cepillo en el Intermarché local; no hoy, ni mañana, ni pasado (vacaciones para los chavales = trabajo para mí), pero algún día...
Así que, como decía el bueno de Andoni, compañero de primaria, mientras arrojaba su sándwich a la basura: “Esto es caca”.
1 comentario:
Ya sabes que a mamá no le gusta que digas palabrotas, nomás te vas a otro país y te descarrías y sales del guacal...¿"¡veeerga!"? Que elegancia y señorío.
Publicar un comentario