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“La paranoia [es una] forma de enfermedad mental que consiste en organizar la realidad de forma que se puede utilizar para el control de una construcción imaginativa” Dalí.
Dieciocho días en París y lo único sobre lo que puedo escribir en este momento es la severa paranoia que he sufrido esta última semana.
Llevo siete días sola en esta casa suburbana, abandonada por la familia que me hospeda. El 90% del tiempo que he pasado aquí dentro lo he dedicado a preguntarme en qué parte de la casa está el demente que me va a descuartizar en un futuro cercano.
Puertas bien cerradas con cerrojos gordos, habitaciones revisadas minuciosa y estratégicamente (en un orden que impida al invasor desplazarse sin ser percibido a los cuartos ya visitados) antes de pasar llave a las puertas (si me sale un asesino y las puertas están bien cerradas, ¿cómo diablos voy a salir corriendo?)... nada vale en este momento para tranquilizarme.
Si tengo suerte, este infierno de imaginaciones terminará antes de que anochezca, cuando la familia regrese y yo deje de ser la vulnerable au pair que ni siquiera sabe cómo se pide ayuda en francés (¿será simplemente “Aide!”?) Pfff... cuento los minutos.
Pero no, yo no estoy loca. Aquí han estado pasando cosas extrañas: puertas abiertas que yo había dejado cerradas, el perro mirando fijamente hacia el jardín y, por supuesto, un objeto negrolargomisterioso desplazándose, precisamente, a lo largo de la cornisa visible desde la ventana de mi habitación.
Pues ya: esto termina hoy. Intentaré ignorar los ladridos del perro, los ruidos de pasos en la bodega y al hombre que está parado frente a la ventana del comedor... sobre todo a él.
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