Definitivamente, París es una ciudad mágica. Tal vez no vaya a encontrar el amor (como todos los amigos me desearon), puede ser que no entable ninguna amistad y que ni siquiera aprenda francés, pero hoy me he dado cuenta de que al menos regresaré a mi patria con los bolsillos llenos.
Hace algunas tardes, mientras me encontraba leyendo apaciblemente a las afueras del Grand Palais, una modesta dama que pasaba por el lugar recogió un anillo de oro que, a pesar de su hermoso brillo y considerable tamaño, había pasado desapercibido ante mis ojos. Insistió en dármelo, aunque yo le decía que no era mío y que, puesto que ella lo había encontrado, debía quedárselo; ella intentaba convencerme de tomarlo señalando el grabado que indicaba su autenticidad. Finalmente, después de discutir algunos minutos, lo puso en mi mano por la fuerza y se fue, deseándome bonne chance.
Luego de caminar unos metros en dirección al puente Alexandre III, regresó a decirme que tenía hambre y que quería dinero. Como la persona humilde que soy o, mejor dicho, que solía ser, llevaba conmigo sólo seis o siete euros; sin embargo, mi escasez no me impidió compartir dos de ellos con la pobre indigente.
¡Qué ciega fui! ¿Qué puede uno comprarse con dos euros? Ni para una comida universitaria alcanza. Con justa razón, la mujer, indignada, me arrebató la cartera para tomar el resto de mi capital y alejarse loca de contento, mientras yo bendecía desde aquella banca a quien pareciera ser mi ángel guardián, y pensaba en todas las cosas bonitas que compraría con tanto oro.
Como si no fuera ya lo suficientemente afortunada, el día de hoy, saliendo del Louvre, en la esquina del puente del Carrousel, me crucé con otro (o el mismo, tal vez) de estos emisarios del Señor. La situación fue la misma: un anillo que no había yo visto, una amable vagabunda que lo encuentra y me lo cede a cambio de algunos euros (30, en esta ocasión, puesto que me dirigía a la librería) y un intercambio de honestas sonrisas de agradecimiento.
¿Hay alguien que se atreva a negar que esto es amor? ¿Nadie? Ya me lo sospechaba...