sábado, 8 de noviembre de 2008

Paris m'aime aussi


Definitivamente, París es una ciudad mágica. Tal vez no vaya a encontrar el amor (como todos los amigos me desearon), puede ser que no entable ninguna amistad y que ni siquiera aprenda francés, pero hoy me he dado cuenta de que al menos regresaré a mi patria con los bolsillos llenos.

Hace algunas tardes, mientras me encontraba leyendo apaciblemente a las afueras del Grand Palais, una modesta dama que pasaba por el lugar recogió un anillo de oro que, a pesar de su hermoso brillo y considerable tamaño, había pasado desapercibido ante mis ojos. Insistió en dármelo, aunque yo le decía que no era mío y que, puesto que ella lo había encontrado, debía quedárselo; ella intentaba convencerme de tomarlo señalando el grabado que indicaba su autenticidad. Finalmente, después de discutir algunos minutos, lo puso en mi mano por la fuerza y se fue, deseándome bonne chance.

Luego de caminar unos metros en dirección al puente Alexandre III, regresó a decirme que tenía hambre y que quería dinero. Como la persona humilde que soy o, mejor dicho, que solía ser, llevaba conmigo sólo seis o siete euros; sin embargo, mi escasez no me impidió compartir dos de ellos con la pobre indigente.

¡Qué ciega fui! ¿Qué puede uno comprarse con dos euros? Ni para una comida universitaria alcanza. Con justa razón, la mujer, indignada, me arrebató la cartera para tomar el resto de mi capital y alejarse loca de contento, mientras yo bendecía desde aquella banca a quien pareciera ser mi ángel guardián, y pensaba en todas las cosas bonitas que compraría con tanto oro.

Como si no fuera ya lo suficientemente afortunada, el día de hoy, saliendo del Louvre, en la esquina del puente del Carrousel, me crucé con otro (o el mismo, tal vez) de estos emisarios del Señor. La situación fue la misma: un anillo que no había yo visto, una amable vagabunda que lo encuentra y me lo cede a cambio de algunos euros (30, en esta ocasión, puesto que me dirigía a la librería) y un intercambio de honestas sonrisas de agradecimiento.

¿Hay alguien que se atreva a negar que esto es amor? ¿Nadie? Ya me lo sospechaba...

jueves, 6 de noviembre de 2008

It


Nunca pensé que mi generación compartiera un miedo, pero supe que lo había encontrado cuando un día, en una charla con los amigos de la Facultad, mencioné a Eso, el payaso; en ese momento todo el mundo emitió un gemido desconsolador. Y allí estaba: mi temor más grande de la infancia, la adolescencia y la temprana madurez había dejado su huella en más de un estudiante de literatura con olor a polilla.

¿Por qué escribo esto ahora? Porque precisamente anoche tuve una pesadilla cuyo villano principal era ése del que hablo. Debo decir que fue el menos incoherente de todos los sueños que lo han involucrado: una vez, a cambio de no comerme, me obligó a casarme con él, a vivir a un sótano con piso de lodo y, si no mal recuerdo, a acompañarlo mientras conducía una combi amarilla. Otra noche se transformó en una viejita con falda para perseguirme por un supermercado sin que mi mamá se diera cuenta; él iba patinando en su carrito mientras yo hacía lo propio con el mío... Y ésos son sólo algunos ejemplos.

Pero este sueño fue diferente, aunque quizá no tan espeluznante como una vivienda marginada. El día de mi graduación, acompañada por una pandilla de tíos deprimidos que jamás había visto, en un edificio universitario en el que nunca he estado, después de haber intentado suicidarme con cuchillos que no cortaban, me topé a Eso en unas escaleras de madera vieja; en esta ocasión, para estar a tono, se convirtió en un profesor rubio cenizo que, por medio de artilugios de hechicería, evitaba que una caída desde el cuarto piso causara mi muerte.

Para no hacerla más larga, contaré que logré escapar antes de que se comiera a toda la gente que permaneció en el edificio, incluyendo algunos padres de familia a los que atrajo tomando la figura de Pavarotti. El resto del sueño tiene un ritmo más lento y aún menos interesante que todo lo anterior, así que sólo diré que involucra un gato muerto, un mimo injustamente asesinado a consecuencia de esto, una camioneta verde destartalada, un nerd que prefirió abandonar a su abuela antes que morir, un lago gigante de millones de gelatinas diminutas color lila en forma de estrella y un localizador que de alguna manera Eso hizo llegar hasta mi calzón.

El asunto aquí es que mi sueño de esta madrugada tuvo una moraleja que hay que descifrar: Eso, el payaso, casi al final del sueño, al preguntarle yo lastimosamente por qué me hacía pasar por todo lo referido, respondió que no tendría que sufrir tanto si fuera una niña educada (¡¿?!). En ese momento, estando aún dormida, entendí algo así como que, mientras no tengas miedo, no hay nada de qué temer (¡¿?!); ahora, despierta, no tengo idea de cómo llegué a esa interpretación ni de lo que quiso decir mi archienemigo.

Eeeen fin... a falta de conclusión, terminaré con una reflexión: ¿Por qué Stephen King nombró simplemente It a un personaje tan lleno de potencial y personalidad?

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Actualización:
Acabo de leer en la bendita Wikipedia el artículo sobre It. Debo decir que yo misma puedo dar respuesta a mi reflexión: It se llama It, y no The malicious clown, porque no se limita a ser un payaso doloso, sino que, literalmente, va aún más allá de los más remotos límites espaciales.
No sé... como que ya no me da miedo. En mi opinión, una criatura extraterrestre cuyo más encarnizado perseguidor es un ser de igual naturaleza apodado “la Tortuga”, con perdón de los fans del H. Señor King, raya en lo ridículo.
Uno de mis gatos decayó mucho cuando murió otro de mis gatos con el cual siempre tuvo rencillas. Ahora que Eso, el payaso, ha muerto para mí, quién sabe qué sucederá conmigo...

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Actualización II:
Buscando una imagen para ilustrar esta valiosa contribución a la blogósfera, me di cuenta de que mi valentía permanece en la esfera de lo imaginativo y no alcanza aquélla de lo sensitivo; esto es: ya no tengo miedo de toparme al payaso en el trayecto de mi recámara a la ducha, pero ver su imagen, aunque ya no me provoca la necesidad de cambiarme los interiores (el que dejó de orinarse del susto antes de los 18 años, que tire la primera piedra), aún me es bastante desagradable, así que mejor dejo la imagen de un payasito de trapo.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Esto es caca


Pisar caca en los tiempos en que vivía con mis padres no era más que una gran molestia. Decir "¡veeerga!" con cara de asco y correr a casa a lavar mis clásicos Adidas casi-Samba. Pero no, hoy la situación no es la misma. Marcher dans caca se ha convertido en este momento en una razón más para llorar. ¿Por qué? ¡Porque en esta casa no hay lavadero! Tenemos fregadero (para lavar trastes), tenemos dos lavabos (donde uno se lava las manos de vez en cuando), pero... ¿lavadero? ¿Ése lugar donde uno puede fregar la ropa y, eventualmente, lavar un tenis lleno de caca? No en este cantón.

Lo he intentado todo: tallarlo frenéticamente contra el pasto; a falta de un buen cepillo como los que usaba en mi antiguo domicilio, fregarlo con una esponjita en el lavabo (supongo que es preferible tener caca en un mueble de baño que en uno de cocina), aun limpiar cada recoveco con papel de baño... nada ha funcionado. Finalmente, he decidido dejarlo afuera, esperar a que se seque y... pues... averiguar si seca ya no es tan apestosa.

Ahora se me ocurre que tal vez debería emprender la heroica búsqueda de un cepillo en el Intermarché local; no hoy, ni mañana, ni pasado (vacaciones para los chavales = trabajo para mí), pero algún día...

Así que, como decía el bueno de Andoni, compañero de primaria, mientras arrojaba su sándwich a la basura: “Esto es caca”.

domingo, 2 de noviembre de 2008

¡El coco está en la casa!


“La paranoia [es una] forma de enfermedad mental que consiste en organizar la realidad de forma que se puede utilizar para el control de una construcción imaginativa” Dalí.

Dieciocho días en París y lo único sobre lo que puedo escribir en este momento es la severa paranoia que he sufrido esta última semana.

Llevo siete días sola en esta casa suburbana, abandonada por la familia que me hospeda. El 90% del tiempo que he pasado aquí dentro lo he dedicado a preguntarme en qué parte de la casa está el demente que me va a descuartizar en un futuro cercano.

Puertas bien cerradas con cerrojos gordos, habitaciones revisadas minuciosa y estratégicamente (en un orden que impida al invasor desplazarse sin ser percibido a los cuartos ya visitados) antes de pasar llave a las puertas (si me sale un asesino y las puertas están bien cerradas, ¿cómo diablos voy a salir corriendo?)... nada vale en este momento para tranquilizarme.

Si tengo suerte, este infierno de imaginaciones terminará antes de que anochezca, cuando la familia regrese y yo deje de ser la vulnerable au pair que ni siquiera sabe cómo se pide ayuda en francés (¿será simplemente “Aide!”?) Pfff... cuento los minutos.

Pero no, yo no estoy loca. Aquí han estado pasando cosas extrañas: puertas abiertas que yo había dejado cerradas, el perro mirando fijamente hacia el jardín y, por supuesto, un objeto negrolargomisterioso desplazándose, precisamente, a lo largo de la cornisa visible desde la ventana de mi habitación.

Pues ya: esto termina hoy. Intentaré ignorar los ladridos del perro, los ruidos de pasos en la bodega y al hombre que está parado frente a la ventana del comedor... sobre todo a él.