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El día de hoy, precisamente, había estado lamentando mi situación amorosa... o, más precisamente, su inexistencia. Pero Dios es bueno, y no se olvida de ninguno de nosotros; no se olvida jamás de castigar nuestros comentarios, quejas y sugerencias.
Iba, después de terminar mis clases, caminando hacia la Facultad de Ciencias cuando, frente al MUCA, noté a un vago que me echaba el ojo. Como la persona llena de prejuicios contra los hobos que yo soy, intenté desviarme, pero el muy cabroncete me alcanzó y me tomó del brazo.
—Espérame, ven; déjame verte.
Me quedo callada y sonrío, nerviosa.
—Es que... eres todo un personaje. Eres un personaje salido de una película. ¡Tu vestido... !
—Aaaah... gracias...
—A ver, déjame verte sin lentes —yo me los quito, antes de que él lo haga.
Y el tipo a menos de 30 cm de mí; yo caminando hacia atrás, el siguiéndome.
—No, de verdad, ni en París te encuentras una chica vestida así como tú.
—Bueno... gracias, eso espero.
—¡No, en serio! Te lo digo yo.
—Gracias.
—¿Qué estudias?
—Letras hispánicas.
—¡No, júramelo!
—Sí...
—Es que... nooo... ¿qué signo eres? ¿Virgo?
—Nop.
—¿Piscis?
—No.
—Espera, una última oportunidad. Eres... Capricornio.
—No.
—¡No! ¿Qué eres?
—Sagitario.
—¡Justo eso iba a decir, pero no me atreví! ¿De qué día?
—20 de diciembre.
—¿De qué año?
—1989
Y en ese momento, apenas, empezaba a preguntarme si la cosa había ido demasiado lejos.
—Ven, quiero enseñarte algo —me dice tomándome de la mano y jalándome hasta una banca, donde probablemente vive—. Mira lo que me tomé —presume al tiempo que saca de una bolsa de plástico una botella de vino más seca que el jerez.
—Aaaah... qué... bien.
—Ven, siéntate a platicar conmigo —me invita, y hace a un lado sus pertenencias para dejarme espacio.
—No... este... llevo prisa.
—¿Por qué? ¿A dónde vas?
—Me está esperando mi hermano.
—¡No me digas eso! ¡Tu hermano!... ¿Y tu novio?
—Él... aaah... por ahí. ¡Trabajando! Sí, trabajando.
—Ven, por favor, siéntate conmigo.
—No puedo; mi hermano se enoja mucho, pero mucho, si llego tarde.
Entonces se para y se planta, de nuevo, muy cerca de mí.
—¿Me puedes dar un teléfono, para hablarte?
—No, lo siento.
—Un correo...
—No, no puedo.
—Mira, tú eres de letras, tú me vas a comprender. Yo estaba aquí sentado cuando te vi caminando hacia acá, y me enamoré de ti.
—Aaaah... haha... —río nerviosamente mientras pienso en lo mucho que me gustaría estar encerrada en un convento.
—¿Cómo te llamas?
—Rosana.
—Yo soy Juan.
—Ah... bien.
—¿Vas a darme tu teléfono?
—No, no puedo.
—Entonces, ¿me estás diciendo que jamás voy a poder buscarte?
—Pues... pues... yo aquí estudio.
—Pero, ¿no puedes darme un número?
—No, lo siento.
—Yo soy un caballero, por eso te voy a dejar ir.
—Aaah... gracias. Bueno... entonces...
—Ya, Rosana, tranquilízate —toma mi mano izquierda, y la besa. Hace luego lo mismo con la derecha—. Cuídate mucho.
—Sale, nos vemos.
Me besa en la mejilla derecha y, enseguida, parece tener intenciones de besarme en la boca; yo doy un salto hacia atrás.
—No te asustes. Un beso del otro lado. Mucha suerte.
Y me deja ir. Ja
Bueno... de la experiencia aprendí que las damas no debemos olvidar llevar en el bolso un palo para defendernos de los animales abusivos y de los hombres ponzoñosos. Aprendí también, gracias a Juan, quien no es sino un caballero muy ebrio que vive en una banca en CU, un caballero enviado por el mismísimo Señor, que las cosas pueden ser siempre peores.
—No, lo siento.
—Un correo...
—No, no puedo.
—Mira, tú eres de letras, tú me vas a comprender. Yo estaba aquí sentado cuando te vi caminando hacia acá, y me enamoré de ti.
—Aaaah... haha... —río nerviosamente mientras pienso en lo mucho que me gustaría estar encerrada en un convento.
—¿Cómo te llamas?
—Rosana.
—Yo soy Juan.
—Ah... bien.
—¿Vas a darme tu teléfono?
—No, no puedo.
—Entonces, ¿me estás diciendo que jamás voy a poder buscarte?
—Pues... pues... yo aquí estudio.
—Pero, ¿no puedes darme un número?
—No, lo siento.
—Yo soy un caballero, por eso te voy a dejar ir.
—Aaah... gracias. Bueno... entonces...
—Ya, Rosana, tranquilízate —toma mi mano izquierda, y la besa. Hace luego lo mismo con la derecha—. Cuídate mucho.
—Sale, nos vemos.
Me besa en la mejilla derecha y, enseguida, parece tener intenciones de besarme en la boca; yo doy un salto hacia atrás.
—No te asustes. Un beso del otro lado. Mucha suerte.
Y me deja ir. Ja
Bueno... de la experiencia aprendí que las damas no debemos olvidar llevar en el bolso un palo para defendernos de los animales abusivos y de los hombres ponzoñosos. Aprendí también, gracias a Juan, quien no es sino un caballero muy ebrio que vive en una banca en CU, un caballero enviado por el mismísimo Señor, que las cosas pueden ser siempre peores.
Prometo, pues, solemnemente, resistir en silencio y con estoicismo mi patológica soltería.
1 comentario:
que miedo...
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